Muchas veces los padres se sorprenden cuando descubren que sus hijos adolescentes no les cuentan todo, que tienen secretos. Inmediatamente empiezan a cuestionarse si están haciendo algo mal, por lo que sus hijos les han perdido la confianza.
Pero les tengo una buena noticia: guardar secretos es una parte importante de la naturaleza humana, especialmente durante la adolescencia. En el proceso de crear su propia identidad, los jóvenes forman relaciones muy cercanas con su grupo de pares, desarrollando un fuerte sentido de pertenencia; y, como parte de este proceso natural, a menudo ocultan información a sus padres.
Esto ha sido así a lo largo de muchas generaciones. Entonces, ¿por qué ahora nos preocupa tanto?
Porque los secretos que hoy guardan los adolescentes pueden llegar a poner su salud, su seguridad e incluso su vida en peligro.
No, no estoy exagerando.
Si bien es cierto que cada generación de adolescentes ha enfrentado pruebas y retos, no me queda duda que los adolescentes de hoy enfrentan más desafíos y obstáculos que nunca.
La tecnología, en especial las redes sociales, desempeña un papel clave en la forma en que los adolescentes deciden cuándo guardar secretos, cuándo revelarlos y a quién revelarlos. Su extraordinario manejo del internet, la telefonía celular y otros dispositivos, les permiten “moverse” en secreto y comunicarse en privado con sus amigos, aprovechando la falta de experiencia de sus padres con estas herramientas.
¿Y cuáles son los temas que los adolescentes ocultan?
Encontramos los temas de siempre: salir con chavas, fumar, tomar alcohol, volarse las clases… pero hoy podemos agregar el uso de drogas, el piercing, el bullying y, muy particularmente, los trastornos de la alimentación.
Nunca antes se ha observado tanta preocupación por la apariencia física – ir al gimnasio, estar en forma, “tener cuadritos”. Pero tampoco nunca antes se veían tantos casos de trastornos de la alimentación, tanto por exceso (obesidad infantil y juvenil) como por el extremo opuesto: la anorexia, tanto en hombres como en mujeres.
Lo alarmante de esta situación no es solamente el número de casos; es que, en un mal entendido sentido de lealtad, los jóvenes se percatan de la existencia del problema pero lo ocultan a los adultos, que serían los indicados para ayudar a resolverlo.
Con el acceso ilimitado a una gran cantidad de información todo el mundo ahora se siente un experto en todos los temas; los jóvenes creen que tienen las herramientas y la posibilidad de superar un problema personal o de apoyar a sus compañeros sin tener que pedir ayuda. Esto solamente empeora el problema porque, para cuando se dan cuenta de que las cosas se les han salido de las manos, puede ya ser demasiado tarde.
Hoy más que nunca los adultos debemos estar alerta a la detección de estos problemas y, lo más importante, debemos hacerles saber a nuestros hijos que pueden acudir a nosotros en la búsqueda de apoyo y de soluciones. Y esto no puede empezar en la adolescencia: para que tu hijo te cuente algo debe de haber recibido desde muy pequeño el mensaje de que no hay nada que no te pueda contar. Esto no quiere decir que vas a aplaudir todo lo que haga, pero sí significa que lo vas a apoyar siempre que sea necesario para resolver las dificultades.
¡Buena suerte!