A lo largo de su desarrollo, el niño enfrenta una serie de desafíos físicos, mentales y emocionales. Es bien sabido que, por ejemplo, desde el punto de vista físico existen marcadores que permiten saber cómo va evolucionando un niño; aprender a gatear, a hablar y a caminar, son buenos ejemplos de esto.
Pues bien. Desde el punto de vista emocional, diversos autores también consideran que existen marcadores del desarrollo; tal es el caso de la autonomía, tema del que nos ocuparemos hoy.
Los niños no nacen autónomos. Van alcanzando la autonomía gradualmente durante el curso de su desarrollo.
En su Teoría Psicosocial del Desarrollo Emocional, Erik Erikson (reconocido psicólogo norteamericano) plantea que cada persona debe atravesar por una serie de etapas a lo largo de su vida; en cada etapa, la persona enfrenta un reto y la manera como lo resuelve, va a caracterizar su forma de funcionar a través de su ciclo de vida.
La segunda de estas etapas se denomina Autonomía vs Vergüenza y Duda; ocurre aproximadamente de los 18 meses a los 3 años de edad. El reto: Yo soy lo que puedo hacer…
Sí, es la etapa de “Los terribles 2 años.”
Cuando el niño se da cuenta de que es una persona independiente, con sus propios deseos y capacidades, quiere hacer las cosas por sí mismo, sin ayuda – y sin limitaciones – de otras personas. Su palabra favorita es “no” – una declaración de independencia y una búsqueda de una mayor autonomía: “yo puedo solo.”
Este deseo de autonomía se ve reforzado por el desarrollo físico del niño – su capacidad de caminar, correr, trepar y saltar – y por su desarrollo mental – una enorme curiosidad que lo impulsa a explorar su entorno.
La labor de los padres en esta etapa no es nada sencilla.
Durante todo este proceso, los pequeños pueden ponerse en situaciones peligrosas; una cosa es “poder” correr y otra muy diferente es “saber” correr… por lo que los padres están en un estado de alerta continua y una búsqueda del equilibrio entre dos situaciones opuestas: por un lado, permitir que el niño explore y se vuelva cada vez más independiente, más autónomo; y, por el otro, establecer reglas y limitar las posibilidades de que se haga daño.
Autonomía significa comportarse y pensar de forma independiente de los demás.
Pero desarrollar un sentido de autonomía no quiere decir que un niño haga todo lo que le pega la gana y sea el que manda en casa. Significa poder explorar libremente dentro de los límites de seguridad establecidos por sus padres y, poco a poco, empezar a hacer las cosas por sí mismo.
Si los esfuerzos de un niño por hacer las cosas por su cuenta se ven frustrados sistemáticamente por padres sobre-protectores, inseguros, excesivamente estresados, no tendrá muchas oportunidades para desarrollar su autonomía.
Si, por el otro lado, el niño es criticado en forma severa por sus intentos (si, por ejemplo, se ensucia, tira algo, derrama líquidos o rompe las cosas) puede desarrollar dudas acerca de sus propias capacidades para hacer frente a nuevos retos.
Muchos padres creen que los niños pequeños los están desafiando, que se portan mal intencionalmente o, peor aún, que están tratando de “conspirar contra ellos,” llevándoles la contra. En realidad los niños simplemente están respondiendo a sus propias necesidades de desarrollo en la búsqueda de la exploración – de manera que su conducta no solo es apropiada para la edad, sino que es deseable: es un marcador de un desarrollo adecuado.
Si los padres comprenden esto, pueden reaccionar ante ello de forma apropiada, dándose cuenta de que los castigos o los intentos por evitar la conducta del niño no solamente son innecesarios, sino que limitan su desarrollo en esta importante etapa.
¿Por qué es tan importante la autonomía para los niños?
Cuando los niños pequeños pueden hacer las cosas por sí mismos se sienten orgullosos, felices; su confianza en sí mismos aumenta y esto les ayuda a desarrollar la capacidad de enfrentar situaciones difíciles con optimismo y confianza, especialmente cuando sus padres no están cerca.
Son niños que muestran entusiasmo por trabajar más para alcanzar sus metas y objetivos, aún los de menor importancia.
Otra característica muy importante de estos chicos es la independencia, el ser capaces de cuidar de sí mismos.
Las personas que como niños superaron el reto de la autonomía, son adultos capaces de asumir la responsabilidad por sí mismos y por su propio comportamiento.
¿Qué pueden hacer los padres para fomentar la autonomía de los niños?
- Reconocer que la búsqueda de la autonomía es una etapa normal en el desarrollo de los niños
- Tratarlos con grandes cantidades de amor, paciencia y tolerancia – por ejemplo: es mucho más rápido ayudar a tu niño a vestirse, abotonar su camisa y amarrarle los zapatos, pero eso no fomentará su independencia… Aun si le toma más tiempo, permite que vaya dominando estas habilidades poco a poco
- Si no existe ninguna contraindicación médica, permite que se alimente solo y decida cuándo está satisfecho – así le ayudarás a aprender a reconocer sus propias señales cuando tiene hambre
- Elige tus batallas. Tratar de convencer al niño de comer unos cuantos bocados más puede convertirse en una verdadera batalla, especialmente en esta etapa. Establece horarios consistentes y, si el niño desea saltarse un alimento, permite que experimente hambre. Seguramente comerá bien en la siguiente oportunidad
- Comienza a darle pequeñas responsabilidades en casa, como
- Poner la mesa
- Ayudar a limpiar la mesa al terminar
- Ayudar a hacer su cama
- Ayudar a doblar y ordenar su ropa
- Mantener sus juguetes ordenados
- Preparar su ropa y su mochila para el día siguiente
- Permite que tome decisiones. Hacer preguntas como “qué pantalón te quieres poner, el rojo o el negro?” o “qué quieres cenar, quesadillas o enchiladas?” en muchas ocasiones permite evitar discusiones y da al niño la sensación de haber elegido por sí mismo
- Cuida que la casa sea “a prueba de niños” y “segura para los niños”. Así podrás sentirte tranquila y darle muchas oportunidades para tomar decisiones y explorar su entorno, en un ambiente de libertad y seguridad – para él… y para la casa.
- No acudas corriendo al rescate cuando algo se le dificulta
- Cuando tiene un problema, no te apresures a darle soluciones. Anímalo a encontrar sus propias respuestas – te sorprenderás con muchas de sus soluciones
- Permite que haga las cosas por sí mismo. No hagas por los niños lo que ellos pueden hacer por sí mismos. Un gran ejemplo en este sentido es permitir que los niños elijan la ropa que desean usar – aun cuando a ti no te guste…
- No mates sus esperanzas. Si el niño está decidido a probar algo que tú no crees que puede hacer (siempre y cuando no sea algo peligroso), dale la oportunidad de intentarlo, apóyalo en lo que puedas – y si él te lo pide. Si tiene éxito, te llevarás una grata sorpresa. Si no, aprenderá de su propia experiencia y sabrá que tú estás ahí, a su lado, que confías en él y lo apoyas en su iniciativa
- Deja que tus hijos hablen por sí mismos. Es fácil responder a una pregunta que alguien le ha hecho a tu hijo, sin siquiera pensarlo o darte cuenta de que lo has hecho. Permitir que ellos respondan o expresen sus opiniones es una señal de respeto; solo podemos pedir respeto cuando somos capaces de darlo
Sólo cuando un niño ha desarrollado el sentido de autonomía será capaz de pensar por sí mismo, de dar forma a sus propias ideas y desarrollar sus planes, llevándonos a buen término.
Ya lo decía Kant: !La autonomía es la base de la dignidad humana!
Nancy Steinberg
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